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SOCIEDAD CORAL: 9O AÑOS DE TORRELAVEGA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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ESTAS SEMANAS la Sociedad Coral de Torrelavega celebra su noventa aniversario. Fundada en 1925, presenta en su historia acontecimientos de gran relieve, muchos de ellos vinculados al prestigio y el empuje de Torrelavega. Buscaré algunos: el logro del primer premio en el certamen de Bilbao en los años treinta, la celebración del concierto número mil el 21 de agosto de 1968, la muerte del maestro Lucio Lázaro en el año del cincuentenario (1975), la llegada en 1992 de Manuel Egusquiza Ochoa o, el último concierto de Navidad que ante más de un millar de personas que llenaron la Iglesia de la Asunción, trasmitió una vez más sus excelencias, que no son otras que las de saber cantar y despertar emociones.

Con motivo de este aniversario, antesala del Centenario, he escrito un libro que recoge sus vibraciones históricas, que si Manuel Teira, alcalde y uno de sus presidentes, identificó en cuanto a su significado en lo que representa la Plaza Mayor para los torrelaveguenses, me permito añadir que la Sociedad Coral es hoy una institución entre las instituciones de Torrelavega y Cantabria. Partiendo de esta reflexión, la carga del encargo -que me pidieron Emilio Centeno y Manuel Egusquiza- la asumí pensando también en el agradecimiento de todos al trabajo y sacrificio de los coralistas, pasados y presentes, que personifico en algunos nombres propios: desde Rafael Cangas, un tenor de voz impresionante que durante muchos años nos ha hecho sentir la solidaridad en los rezos por nuestros muertos entre las piedras centenarias de nuestra Iglesia de la Asunción, hasta el homenaje a una de las coralistas de la hora fundacional, Mariuca Martínez, fallecida hace unos días con 97 años y que desde los siete perteneció al coro infantil dirigido por don Lucio. Un trabajo que, igualmente, he dedicado a coralistas que compartieron la pluma de escribir: Cándido Román y Pablo del Río, ya fallecidos; Pepe Izaguirre, Antonio Barrio y Fidel Ramón Casanova, que siguen entre nosotros.

Lo más difícil de un libro es concretar su estructura, que es el tronco que nos permite recrearnos, en este caso, en una historia. Como conocedor de la trayectoria de la Coral, no me resultó difícil la encomienda. Los orígenes del canto en Torrelavega -con el protagonismo de Cándido Lucio, director del Orfeón Torrelaveguense- tuvieron continuación en los cincuenta años de la etapa de Lucio Lázaro a quien conocí como alumno del Instituto Marqués de Santillana, a cuyo centro acudía a reclutar jóvenes voces para su Coral. Mis compañeros y yo nos pusimos de acuerdo en hacer una entonación ruidosa más que musical, con el fin de que don Lucio nos descartara automáticamente.

Después se sucedieron, tras su muerte en diciembre de 1975, nada menos que seis directores en dieciséis años, el último antes de llegar Egusquiza, fue Amador García, un coralista de siempre que dirigió la batuta casi ocho años. Fue una etapa que lidiaron como pudieron los presidentes Pepe Pelayo, Ricardo Montero, Aurelio García Cantalapiedra, Manuel Teira y José Alonso Conde. En el ecuador de la presidencia del exalcalde Teira, volvió la Coral a la estabilidad y al brillo y esplendor con la incorporación de Manuel Egusquiza a la dirección, un alumno aventajado de la Sociedad Coral, un amante de Torrelavega y de sus instituciones más emblemáticas. Desde entonces, sumando años a la fecunda etapa de esplendor que ya alcanza nueve décadas, amigos tan especiales y significativos como Ricardo Montero y Nilo Merino, ya fallecidos, presidieron la Sociedad Coral, que ahora cuenta con otro torrelaveguense de prestigio como el doctor Jaime Revuelta.

La Coral, por tanto, sigue por sus fueros gracias, sobre todo, a coralistas fieles a una tradición de canto que conjuga su sacrificio personal con el compromiso e identidad con la ciudad que es digno de los mayores elogios. No extraña. En torno a la Coral ha estado siempre la ciudad y los torrelaveguenses todos, con figuras relevantes al frente de sus destinos, afrontando tiempos dispares de empuje, bonanza, tormento, confrontación, convivencia y crisis, haciendo honor a la tradición y al legado musical.

Incido en estas reflexiones evocando las etapas afrontadas por la Sociedad Coral, fundada en el esplendor de la Dictadura de Primo de Rivera, que vivió con agitación el final de la II República en la que uno de sus presidentes, Ricardo Lorenzo, asumió la alcaldía en las horas críticas de 1936; el nuevo tiempo tras la Guerra Civil en cuya primera etapa sufrió el control de las estructuras autoritarias sin perder su brillo en los años cuarenta y cincuenta, cuando ganaba todos los concursos y era recibida apoteósicamente en la ciudad, tiempo en el que los torrelaveguenses soportaban momentos de penuria, racionamiento y dificultades sin par. Más tarde, en los años finales de los sesenta, la Coral entró en crisis con el declive de don Lucio, un tiempo, sin embargo, de desarrrollismo, de trabajo y de explosión de la ciudad en todos los sentidos.

Cara al inmediato futuro, esperamos todos que la sintonía de la brillantez actual de la Coral se traslade a la ciudad en su conjunto. En 2014, pocos días después del tradicional Concierto de Navidad, escribí un artículo en estas mismas columnas en el que me referí a lo positivo de las elevadas energías que nos ofrecía la Coral con su música y canciones, en el contexto de una ciudad en “trance agónico”. Ahí seguimos, entre éxitos, los de los coralistas, y fracasos que en esta hora se convierten en empeños colectivos.

Fue tal la unidad de Torrelavega con la Coral, que expreso en este final lo que sus seguidores dejaron escrito en una octavilla cuando acudían a una competición en la que, secretamente, los orfeones de Castro Urdiales y de Pamplona unieron sus voces contra la Coral. Después de llamar a la unidad y a aceptar el triunfo o la derrota con deportividad, plasmaron este deseo con el que acabo: Todo por Torrelavega y para Torrelavega, por cuya gloria luchamos”. Ese debe ser el empeño de los coralistas, y de la ciudad y sus gentes.


 

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