
APROPIACIÓN ASTURIANA DE LA DINASTÍA QUE SURGIÓ EN LA LIÉBANA
Por JOSÉ RAMÓN SAIZ
El tema que abordo en este artículo no es nuevo en lo que respecta a mi biliografía y, en concreto, a la obra El Ducado de Cantabria, el origen de un Reino (Ediciones Tantin, tres ediciones). Se trata de un tema que hay que desempolvar de vez en cuando para que siga presente en la conciencia y el conocimiento de nuevos cantabros que acceden al interés por nuestra historia como pueblo. En este sentido, me agrada recordar que el gran historiador Enrique Flórez escribió en el siglo XVIII en su libro Las Reinas de España, que Vermudo I –nieto de Pedro, Duque de Cantabria- tiene “la gloria de ser tronco del árbol de nuestra Casa Real y no haber tocado otros la materia, conviene no omitirla…”. Y del resumen de la tesis expuesta, siempre habrá un momento para evocar que la Real Academia sentenció en un informe elaborado en 1916 que los orígenes de la Monarquía “hay que buscarlos en la indómita Cantabria” y el historiador asturiano Cotarelo señala que la Corona quedó vinculada a la familia de Alfonso I “y no salió de ella en varios siglos”. Sigamos, por tanto, la argumentación histórica de una etapa brillante de nuestra historia.
Es indudable que Asturias tiene un pueblo que ama su historia y manifiesta un orgullo por un pasado del que está obteniendo evidentes rendimientos de todo tipo por esa vinculación al origen de la Monarquía, que ha oscurecido el protagonismo de Cantabria que los más rigurosos historiadores asturianos asumen en sus numerosas obras sobre este tiempo en un elogiable ejercicio de ética y rigor. Un periódico de gran prestigio y liderazgo regional como La Nueva España recordaba recientemente –en ese objetivo de asturianizar el origen de la Monarquía- que la última reina de origen asturiano fue Adosinda, casada con el Rey Silo, hija de Alfonso I el Católico y nieta tanto de don Pelayo como también de Pedro, Duque de Cantabria. De todo ello vamos a referirnos en este artículo, muchos cuyos testimonios de la historiografía asturiana se encuentran recogidos en mi obra El Ducado de Cantabria, el origen de un Reino (Ediciones Tantín, 2002).
En la comunidad vecina y por el referido diario La Nueva España, de Oviedo, se repartió en su día un suplemento sobre la historia de la Monarquía Asturiana. En la publicidad de esta novedad editorial se hace una afirmación que no es correcta: que entre el Rey don Pelayo y el actual Monarca hay una línea de continuidad de trece siglos. No vamos a entrar en esta ocasión sobre el debate en torno a la patria de Pelayo –en los finales del siglo XIX ya se generó una interesante polémica entre historiadores asturianos y montañeses-, porque el rigor nos dice que ni puede afirmarse que don Pelayo fuera astur ni tampoco cántabro; solo Menéndez Pidal se atreve a afirmar que en ningún caso era asturiano. Su padre, Favila, fue Duque de Cantabria y como entonces los nombres se transmitían de abuelos a nietos, el hijo de Pelayo tomó el nombre de Favila, reinó dos años y tras morir en una cacería, dejó el camino abierto al Rey cántabro don Alfonso, que casó con Ermesinda, hija de don Pelayo. Alfonso, que pasó a la historia como el primero de los Alfonsos y el título El Católico, era el hijo mayor de Pedro, Duque de Cantabria.
Admitiendo, en una primera lectura, que el origen de la Monarquía Española surge de la unión de las familias de Pelayo y de Pedro, Duque de Cantabria, lo que está fuera de duda es que la línea sucesoria de Pelayo se extinguió con Alfonso II el Casto, bisnieto de los dos líderes guerreros que iniciaron la Reconquista. Ambos pactaron el matrimonio de Alfonso y de Ermesinda, que fueron Reyes electivos a la muerte de Favila en el monte de la Calavera de Cosgaya (entonces conocida por Causegadia en todas las crónicas de la Reconquista); rey éste que como reconoce Armando Cotarelo en la página treinta de su obra Alfonso III el Magno (1) su padre don Pelayo tuvo en Liébana propiedades y el propio Favila tuvo allí su residencia. Tuvieron dos hijos, la princesa Adosinda y Fruela, que llevó el nombre del hermano del Rey Alfonso, hijo también del Duque de Cantabria, que desde su espíritu guerrero tanto apoyó los inicios de la Reconquista. El Rey Fruela a su vez tuvo como hijo a Alfonso II el Casto, que al morir sin descendencia, extinguió esta línea común del tronco familiar de Pelayo y de Pedro, Duque de Cantabria.
El cetro real pasó ya en exclusiva a la familia del Duque de Cantabria. Fueron Reyes los hijos de Fruela, el hermano del Rey Alfonso I, nietos de Pedro: Aurelio y Bermudo. Este último fue Rey entre el año 789 y el 792 y como escribió el padre Enrique Flórez en su libro Las Reinas de España, tiene “la gloria de ser tronco del árbol de nuestra Casa Real y no haber tocado otros la materia, conviene no omitirla”. Su hijo el príncipe Ramiro –bisnieto del Duque de Cantabria- al imponer la sucesión en la Corona, representó un hito en la monarquía cántabro-astur, tal y como afirma la historiadora asturiana Isabel Torrente al reconocer –como también lo señalaron otros destacados estudiosos de esta época- que llevó parejo el triunfo definitivo de la dinastía de Pedro de Cantabria sobre la de Pelayo. El también investigador asturiano García Toraño reconoce este hecho que demuestra, insistimos, que entre el Rey Vermudo –y no don Pelayo- y el actual Monarca hay trece siglos de historia de Monarquía Española.
Armando Cotarelo, historiador también asturiano, en su libro Alfonso III el Magno –que en su reinado visitó Cosgaya para inaugurar una iglesia y conocer la tierra de sus antepasados-, escribe que cortada la sucesión masculina de don Pelayo, la Corona del primer reino vino a quedar vinculada en la misma familia de los dos insignes Alfonsos (la de Pedro, Duque de Cantabria) “y no salió de ella en varios siglos”, para añadir de forma concluyente: “el verdadero tronco de los antiguos monarcas de la Reconquista fue Pedro, Duque de Cantabria” (página 31).
Hace algunos años descubrí un informe de la Real Academia de la Historia de fecha 4 de abril de 1916 (aprobado por la Academia en su junta ordinaria del 7 de abril del mismo año), al que nunca se ha hecho mención en estudios históricos sobre Cantabria y que curiosamente aparece reproducido en la introducción del libro de Alfonso III el Magno de Armando Cotarelo.(3). En la página veintiocho de la referida obra, Cotarelo ratifica lo afirmado por la Real Academia al afirmar que “los orígenes de esta nueva dinastía deben buscarse en la indómita Cantabria”, añadiendo que así lo entendieron también muy célebres historiadores, como Morales (Crón. Gen., lib. III,cap. 4); Garibay (Comp. Hist., part. I, lib. VIII, cap. 8); Sota (Crón. de los príncipes de Ast. y Cant., lib. III, cap. 42); Trelles (Asturias ilustr., II,50), etcétera.
Un último apunte por hoy. La Reina Adosinda (774-783) que La Nueva España cita como la última de nacionalidad asturiana, era hija de Alfonso I el Católico, nacida como su padre en el solar lebaniego. Su influencia era tan importante que logró que su esposo, el noble Silo, se convirtiera en Rey en un tiempo en el que no se heredaba la Corona, aunque ésta no saliera en ningún momento de la familia del Duque de Cantabria. Eran los tiempos en los que el núcleo originario del primer reino estaba en Liébana hasta que se fue extendiendo hacia la zona de Asturias, fijándose la capitalidad en Cangas de Onís, parte asturiana que siempre fue cántabra como reconoce el nada sospechoso historiador Sánchez Albornoz. Y tan cántabra fue esa zona que, recordemos, los municipios de Peñamellera Alta y Baja fueron cántabros hasta la mitad del siglo XIX; es decir, a efectos históricos hasta ayer mismo. En consecuencia, la Monarquía tuvo sus inicios en Liébana y de Cantabria fue la primera dinastía.
BIBLIOGRAFÍA
(1). Alfonso III el Magno, de Armando Cotarelo. Grupo Editorial Asturiano. 1991. Libro escrito en 1914 para un concurso abierto por la Real Academia de la Historia, obteniendo el primer premio en 1916.
(2). Flórez, Enrique. Las Reinas de España, escrito en el siglo XVIII. Tercera edición a cargo de Ediciones Aguilar, 1959.
(3). Memoria histórica de la Real Academia de la Historia desde el 15 de abril de 1915 a 15 de abril de 1916, redactada por acuerdo mandato de la misma por el Excmo. Sr. Don Juan Pérez de Guzmán Gallo, Académico de número, en funciones de Secretario accidental. Madrid., establecimiento tipográfico de Fortanet, 1916.
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