
TORRELAVEGA, HISTORIA Y FUTURO
Por JOSÉ RAMÓN SAIZ
HACE CASI UN CUARTO DE SIGLO, el problema de la ciudad -entre otros muchos- se centraba en el ámbito laboral con una incertidumbre especial en dos empresas: Sniace, actualmente en situación de grave riesgo de futuro y Asturiana de Zinc (definitivamente cerrada). En la primera, todo se desencadenó a raíz de que el banquero Mario Conde anunciara, en septiembre de 1990, la salida de Banesto del accionariado en el que participaba con un 25 por ciento. A los expedientes de regulación de empleo, sucedió el hecho traumático de la suspensión de pagos tras la salida del banco. Además, todo se volvió en su contra con dos hechos de tragedia humana y material: la muerte en accidente aéreo del presidente del consejo de administración, Gregorio López Bravo, y el descomunal incendio que destruyó setenta y cinco mil toneladas de madera de eucalipto, su materia prima.
El otro foco de atención se centró en las viejas minas de Reocín en la que varios accidentes en su interior con el balance de dos muertos, y la falta de acuerdo sobre el convenio, llevó a sesenta y siete mineros a encerrarse en el nivel 14 del pozo Santa Amelia. Este duro encierro venía a ser una continuidad del que había acontecido a finales de 1976, cuando más de doscientos mineros ofrecieron un ejemplo de fortaleza para la conquista de derechos sociales y políticos esenciales cara al amanecer de las libertades, en lo que fue una huelga que provocaron los jóvenes y que, una vez contenidos por los veteranos, culminó con el éxito de sus reivindicaciones. Desaparecidos muchos con el discurrir del tiempo, ya son pocos los que retienen la subida en la jaula de los mineros victoriosos, acompañados del pito y tambor de Martín y su hermano Bosio.
Los sesenta y siete encerrados pusieron, entonces, particular énfasis en la necesidad de adoptar mayores medidas de seguridad y salud laboral en el trabajo, dado que se había modificado la forma de explotación en los tajos (la sustitución en el empleo del martillo de aire manual por sistemas mecanizados más potentes y modernos) y la mina no estaba aún preparada para estos cambios, al requerirse nuevos sistemas de ventilación y mayores prevenciones frente a los derrumbes, en uno de los cuales había muerto el martillero de Villapresente, Bernardo González.
Sin duda, en aquellas circunstancias el problema laboral apretaba. La dimensión industrial de Torrelavega se ponía en cuestión y la pérdida de peso de este sector solo podía provocar efectos negativos en el los servicios y, en especial, el comercio. En los años ochenta las grandes empresas –Asturiana de Zinc, Firestone, Solvay y Sniace- registraron una pérdida de 2.437 empleos, además de los ajustes en las empresas auxiliares. Los libros contables de Sniace mostraban, como era bien sabido, que realizaba encargos a numerosos talleres de la zona por más de mil millones de pesetas al año. En un contexto como el descrito, el sueño de Torrelavega como ciudad industrial comenzaba a resquebrajarse, coincidiendo con infraestructuras que para el desarrollo llegaban algo tarde como la autovía o las rondas.
En esta etapa se registraron muchas tensiones laborales -con huelga general incluida- contra el Gobierno de Felipe González, una circunstancia adversa en la que se escuchó con fuerza la presencia social de los cristianos de la parroquia de la Asunción, con Cristóbal Mirones a la cabeza, promoviendo una campaña de solidaridad con los parados tras la puesta en marcha de Coorcopar de la mano del también sacerdote Miguel Ángel Fernández. En este contexto de crisis, Cristóbal Mirones impulsó con su equipo parroquial y la activa organización de Cáritas bajo el lema “no hablemos del paro, actuemos”, una movilización solidaria que demostró la penetración de los colectivos sociales de la Asunción que desde los setenta se les conocía como tupamaros.
El cambio de década de los ochenta a los noventa fue un tiempo de movilizaciones en la calle. Al tiempo que la ciudadanía asistía a una caída acelerada del peso industrial de Torrelavega , se fraguó la desaparición de su infraestructura hospitalaria sin una alternativa pública. En esta difícil coyuntura, la salida a la calle era el recurso más a mano, acciones reivindicativas dirigidas a demandar la construcción de un hospital comarcal que contara con los servicios hospitalarios necesarios a complementar con la alternativa más avanzada y especializada que ofrecía el hospital universitario Valdecilla.
Manifestaciones, presiones al equipo de gobierno encabezado por José Gutiérrez Portilla y hasta una huelga general, forzaron al Gobierno central a anunciar la construcción de un hospital comarcal cuyo pleno funcionamiento se comprometió para 1989, pero que no se culminó, en cuanto a todas sus dotaciones, hasta 1994. Un retraso que, en parte, se debió a su polémica ubicación en la zona de Sierrallana (hoy, sin duda, indiscutible) y a las reformas del proyecto. Pero no hubo vuelta atrás en la acción unida de la ciudadanía a través de las quince asociaciones vecinales y otros colectivos que no cedieron en su objetivo de reclamar el necesario hospital. La ciudadanía, por tanto, ganó esta victoria que cerraba el ciclo de los hospitales del Carmen, Clínica Alba y más tarde Cruz Roja.
Ante tres circunstancias difíciles que comprometían el futuro, la ciudadanos fueron capaces de movilizarse sin pensar en las presiones y amenazas de la legalidad vigente. Frente a despidos y la paralización de actividades, los trabajadores de Sniace se manifestaron con un importante apoyo ciudadano. Del poder, llegó la reacción del palo y tentetieso, con el envío desde Oviedo de fuerzas antidisturbios que actuaron con contundencia en las calles. Por su parte, los mineros encerrados sufrieron las consecuencias de un expediente de sanción disciplinaria de veintiún días, recibida, no obstante, con la satisfacción de haber ganado el pulso de las reivindicaciones a la empresa. Y, finalmente, ante el problema de la sanidad, una justa y solidaria revolución en la calle en demanda de una sanidad pública digna, provocó que se anunciara, por fin, la construcción de un hospital
Esta situación en el discurrir del final de los años ochenta y la llegada de la última década del siglo y milenio, fue grave pero no tan dramática como la que vive la ciudad desde hace unos años. Abatida, en parte, por muchos problemas, no faltaron las reacciones ciudadanas con un balance de tres huelgas generales, dos de ellas específicas por problemas que afectaban de manera muy especial a la ciudadanía local. Transcurridas más de dos décadas, sin embargo Torrelavega se ha convertido en una ciudad prácticamente sin pulso y a las reivindicaciones poderosas de entonces, solo se mantiene la capacidad movilizadora de los trabajadores de Sniace, muchos de ellos hijos y nietos de quienes entonces afrontaron otras situaciones críticas.
No es fácil encontrar soluciones y salidas a una crisis generalizada. Pero, al menos, se precisa movilizar el espíritu crítico e inconformista -aunque también sereno y responsable- del que Torrelavega ha dado ejemplo permanente en situaciones casi límites. Siempre se podrá afirmar aquello de que mientras exista una sola energía reivindicativa, la ciudad industrial y pujante que fue Torrelavega no estará muerta. Verán que no me he referido a la política. Sí, especialmente, a los ciudadanos forjadores de una ciudad que merece futuro.
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