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COORCOPAR ante la cruda crisis: todo menos resignación

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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La Coordinadora contra el Paro (Coorcopar) viene siendo desde los inicios de los ochenta una llamada a la conciencia solidaria en una ciudad que sufre en cada ciclo de crisis. Su principal lema, siempre ha removido conductas y afanes desde un llamamiento acertado: no hay paro, hay parados, reflejo de un  drama humano que viven muchas personas sin medios para una subsistencia digna. Con tasas muy altas de paro, con muchas familias pasando necesidades y una extensión de la pobreza extrema en Torrelavega, algo podría estar fallando para que en este duro contexto Coorcopar cierre su comedor social por falta de ayudas.

Vale la pena recordar sus inicios en los ochenta cuando como ONG  surgió en el seno de los movimientos sociales y parroquiales de la iglesia La Asunción, esa casa común como le gusta llamarla a su principal inspirador –el sacerdote Miguel Ángel Fernández (1951)-  en la que no ha existido lugar para la exclusión social gracias a cientos de colaboradores que han venido arrimando el hombro en una justa y solidaria lucha por resolver la situación que viven muchas familias desesperadas por los efectos de una crisis que provoca desigualdades intolerables. Y enclavada la parroquia en un barrio obrero y de pensionistas, además de familias de inmigrantes, al gran objetivo de la solidaridad se entregaron, como parte de sus funciones, los cuatro sacerdotes de la parroquia de La Asunción que encabezados por Cristóbal Mirones aglutinaba a unos veinte mil feligreses.

Para entender la creación de Coorcopar, hay que acudir a los datos socioeconómicos que ofrecía Torrelavega en los inicios de los ochenta. En 1981 la ciudad alcanzó una población de 56.490 habitantes, de los que un 38,9 por ciento contaba con menos de treinta años, siendo el colectivo con mayor índice de desempleo. Así, la tasa de paro en 1986 –en pleno proceso de reconversión industrial- ascendía según el padrón municipal a un 23,3 por ciento (hoy es de cuatro puntos más). En este año la ocupación en la ciudad alcanzaba las 14.862 personas, con un 43,9% en los servicios (comercio y hostelería, fundamentalmente) y un 43,1% en la industria. El resto de sectores presentaba porcentajes muy reducidos: construcción (9,6%), agricultura y ganadería (2,5%) y producción de agua y energía (0,8%). La reflexión sobre estos datos nos dice que la industria –principal sostén de la ciudad y de los servicios- ha caído y nos encontramos, actualmente, en sus tasas más bajas. Es decir, Coorcopar es más necesaria que nunca.

La vigencia y el cumplimiento, hoy, de todos sus objetivos, refleja si existen corazones de solidaridad en una ciudad que sufre mucho más que la media las consecuencias de una crisis que genera pobres. Aunque sus objetivos pueden resumirse en cinco puntos básicos, hoy existe uno que se antepone a los demás: ofrecer alimentos a las familias que carecen de los mismos por no tener ingreso económico alguno. Después de intentar paliar estas necesidades, se mantienen los de sensibilizar y concienciar a la opinión pública de la existencia de pobreza y marginación sin retorno por causa del paro; atender las necesidades puntuales de los parados de mayor necesidad promoviendo su inserción socioeconómica y laboral; fomentar y organizar a militantes voluntarios en la lucha contra las causas y consecuencias del paro y ofrecer herramientas de información integral de las personas en situaciones de pobreza para que se sientan ciudadanas de pleno derecho. Un ideario que debe seguir vigente, pero priorizando por las actuales circunstancias.

Las necesidades de entonces –hoy, agudizadas- intentaron paliarse en parte con la puesta en marcha de un supermercado para parados o personas en situación de pobreza que comenzó a funcionar en la plaza Baldomero Iglesias en unos bajos que habían sido sede de los bomberos locales, espacio solidario en el que se hizo presente el espíritu fundacional de Coorcopar:  la venta fiada, o reparto de bolsas de alimentos y de vales de comida, ofertando a las familias afectadas por el paro los productos indispensables a precio muy ajustado. Muy pronto el número de socios alcanzó el millar, entendiéndose que se trataba de la parte de los parados más duramente castigada por la crisis. Cuantos recuerdan esta iniciativa pionera en España, retuvimos aquel slogan de  Precios mínimos y estables a lo largo de todo el año”. Si bien los socios no tenían demasiadas marcas para elegir, si podían satisfacer plenamente su demanda de artículos básicos para una alimentación nutritivamente suficiente.

Conviene recordar, además, que algunos de los males de la ciudad se habrían suavizado si se hubiera atendido por los poderes públicos alguna de las reivindicaciones de Coorcopar, una de ellas ocurrida el sábado, 27 de marzo de 1988, cuando más de un millar de personas colapsaron la oficina de correos para remitir telegramas a Madrid urgiendo la reindustrialización. Es decir, Coorcopar no solo estaba en mitigar los peligros sociales de entonces, sino también para reivindicar la atención de los poderes públicos para una ciudad retrocedía aceleradamente.

Ahora más que nunca es necesaria la solidaridad con Coorcopar para que mantenga sus iniciativas –como la del comedor social- de apoyo a los más marginados al ser la entidad más próxima –con Cáritas, especialmente- a los colectivos que más sufren los efectos de la crisis. Aquel activismo social de los ochenta debe ser recuperado, como hicieron entonces –por citar un ejemplo- los artistas de la Tertulia Sago que en una subasta en favor del colectivo de parados se alcanzó una sustancial recaudación. Discurría 1987 y ya Coorcopar había generado 1.061 empleos directos e indirectos, además de  226 empleados en las empresas sociales de la asociación que además de campañas de  realizado campañas de formación e información que buscaban la solidaridad en los ciudadanos y de las instituciones públicas, se fomentaba la formación permanente a parados.

Hace tiempo mantengo que no son tiempos de rotondas, ni de otras pequeñas obras que pueden esperar. Son momentos de volcar los presupuestos en acciones de solidaridad que distinguen a los pueblos. La fuente de Cuatro Caños puede seguir seca muchos años más, que no pasa nada. Lo que no puede cerrarse es la fuente de la solidaridad con los que nada tienen. Sin embargo, mientras se conciencian quienes tienen obligaciones institucionales, nadie puede quedarse de brazos cruzados –hecho que marca la resignación- a la espera de que los poderes públicos intervengan. Reactivar la solidaridad a través de Coorcopar, es un mandato social inexcusable.

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