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El sacerdote Miguel Ángel Fernández al frente de Coorcopar: una “utopía” que funciona

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Con una crisis económica marcada por su agresividad, sería falsa la esperanza si nos quedáramos esperando la mejora de los mercados o el nivel de la prima de riesgo. En el contexto actual –con una clase media debilitada y con familias que precisan de todo- buscar la esperanza quiere decir mirar hacia el tejido solidario de la sociedad civil, dispuesta a rescatar lo esencial y responder a la competencia con la cooperación; al crecimiento con la redistribución; al interés particular con la lógica del bien común y al desánimo con la fe de que recuperaremos lo perdido a base del sacrificio de nosotros mismos.

 

He acudido a esta introducción para condensar la labor social desarrollada desde hace treinta años por la Coordinadora contra el Paro (Coorcopar), que desde el impulso del sacerdote Miguel Ángel Fernández Díaz surgió de la iglesia de la Asunción en tiempos de Cristóbal Mirones, párroco titular, y otros compañeros sacerdotes como Pedro Sandi y Antonio Gutiérrez Herrera. En esta etapa de crudeza a todos los niveles y donde lo privado quiere sustituir los bienes conquistados de lo público, ha hecho muy bien Quercus en designarle Torrelaveguense ilustre, que lo es por méritos propios desde hace años, proyectándose sin duda como torrelaveguense solidario por excelencia.

 

Los curas en Torrelavega a lo largo del siglo XX demostraron una gran capacidad de trabajo como generadores de alternativas, cada uno con su estilo y su forma de ser. Teodosio Herrera y Cristóbal Mirones tenían modelos distintos pero movidos por un mismo deseo de solidaridad.  Solo hay que poner la mirada en las dos iglesias, la Fundación San José que acoge al viejo asilo, el Hogar del Transeunte, la Casa de los Muchachos, Cáritas o Coorcopar para entender esa filosofía de acción, que tantas aportaciones positivas han significado para la ciudad.  La lucha contra la pobreza y la injusticia con la fuerza puesta en la  solidaridad, han marcado estos ritmos de corazón que Torrelavega ha demostrado durante décadas, siempre en apoyo de lo que se entiende por el prójimo, una persona que está al lado y que muchas veces no miramos o no sentimos su proximidad.

 

La labor en los últimos treinta años de Miguel Ángel Fernández  -incluso su propio debate interior para hacerse sacerdote- representa eso que se define como “vocación”, que es el siguiente paso después de sentir la “llamada”. Es decir, en este sacerdote vinculado desde su juventud a la iglesia de la Asunción, se percibía la intensidad de una fuerza interior que mueve a alguien a dejar de lado muchas cosas para dedicarse en cuerpo y alma al servicio de los demás. Esta etapa de debate interior fue vivida por Miguel Ángel siendo militante de la Juventud Obrera Cristiana, cuando se preguntó por varias claves existenciales: ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿para que he nacido?, ¿qué quiero ser? A estas y otras muchas preguntas se enfrentó y todas las respuestas le llevaron a la misma conclusión: ejercer como militante cristiano de Dios, una vocación a la que llegó después de realizar el servicio militar y trabajar en una empresa local.  Es cuando inicia su paso por el seminario, la ordenación sacerdotal en su pueblo de Tanos y la compleja singladura de un camino a recorrer identificado con esa afirmación bíblica: “aquí estoy para hacer Tu voluntad”.

 

Cuando en los inicios de los ochenta se puso en marcha Coorcopar, los datos socioeconómicos de Torrelavega eran elocuentes. Con una población, en 1981, de 56.490 habitantes, un 38,9 por ciento contaba con menos de treinta años, siendo el colectivo con mayor índice de desempleo. La estadística de  1986 –en pleno proceso de reconversión industrial- nos indica que con una ocupación de 14.862 personas,  el paro ascendía a un 23 por ciento. Del total de parados, 3.915 eran jóvenes (51,7 por ciento), mientras que el resto –con más edad y familia- completaban un panorama ciertamente deprimente. En  esta situación, Coorcopar lanzaba este llamamiento a la reflexión general: “no hay paro, hay parados”, para añadir esta conclusión dramática: “cada parado es un forzado ausente de este mundo”. Esos parados a lo que ponía alma artística colaboradores –además de superciudadanos- como Rafael González Lasaga y Pedro Lázaro Baruque.

 

En aquellas circunstancias, luchar contra el paro con lo puesto, es decir, sin apoyos públicos, parecía una utopía y como tal surgió Coorcopar, cuyo primer balance manifestaba su valor de solidaridad: a lo largo de 1986 repartió ayudas económicas para solventar las necesidades primarias de quinientas familias de la comarca del Besaya, que en busca de auxilio acudieron a la parroquia que venía actuando como centro de iniciativas sociales y solidarias con el apoyo de la asociación de vecinos y los movimientos juveniles en lo que era una acción solidaria alentada por la gente en un barrio obrero y de pensionistas como el de la Inmobiliaria, lugar de residencia de cientos de familias de inmigrantes. A este y otros objetivos se entregaron, como parte de sus funciones, los cuatro sacerdotes de la parroquia de La Asunción –unos 20.000 feligreses- encabezados por Cristóbal Mirones y, en este campo concreto, por Miguel Ángel Fernández.

 

No hay espacio suficiente para concretar las muchas iniciativas de Coorcopar en estas tres décadas, una andadura en la que ha habido tiempos de bonanza como de profunda crisis, generándose más de un millar de empleos.  Desde el supermercado para familias en paro, (en el que también se repartían bolsas de alimentos y vales de comida), la guardería Isla Verde, los huertos sociales, el Centro Amanecer y todas sus múltiples iniciativas, marcan un trabajo solidario bien hecho que ha sacado a muchas familias de la marginalidad.  Una lucha en la que no existe descanso, como se pone de manifiesto en el hecho de que muchas personas venían hasta ahora realizando una vida normalizada y, sin embargo,  hoy puede decirse que en Torrelavega no hay familia que no tenga al menos una persona desempleada.

 

Con seguridad, lo que más siente como dolor personal e íntimo Miguel Ángel Fernández, es comprobar cómo a medida que pasa el tiempo con sus proyectos, esperanzas y realidades, muchas personas queridas que hicieron este camino con una sencilla alforja cargada de espíritu solidario, se han ido para siempre después de arrimar el hombro desde una gran vocación cristiana en favor de la dignidad humana. El barrio la Inmobiliaria –el más próximo a las actividades sociales de la parroquia- presentaba la imagen dura de una realidad difícil en cuyo contexto vivían colectivos marginados, existiendo déficits sociales acumulados y agravados con el paso del tiempo.  Una situación ante la que se unieron manos y corazones para dar valor a una “utopía” que viene funcionando frente a la resignación en las últimas tres décadas.

 

Precisamente es por esa vía a través de la que  se puede encontrar la naturaleza del corazón solidario de este tipo de curas a los que en su día se les tuvo como subversivos y rebeldes y, sin embargo, los hechos han demostrado que sólo les ha importado Jesús al que han entregado sus vidas, observando que se sigue desangrando en los parados,  en los desahuciados de sus casas o  en todos los torturados por esta crisis que está dejando profundas cicatrices. Podría afirmarse que en un mundo occidental en el que la injusticia social ahonda la necesidad de los más débiles y desprotegidos, la lucha incansable de personas como Miguel Ángel Fernández –él mismo se define como militante social- y todos cuantos con él vienen colaborando desde hace treinta años, nos animan a esa cierta “utopía” de cambiar las cosas con todas las aportaciones positivas que encierra el ser humano.  

 

 

* Escritor y Doctor en Periodismo.

 

 

 

 

 

 

 

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