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Falleció el cardenal Martínez Somalo: el hombre que los Papas querían a su lado, con familia en Cantabria

Con muchas ramificaciones familiares en La Rioja, una de ellas se instaló en Cantabria por vía materna del doctor Fernando Ocón Martínez quien durante más de treinta años ejerció como médico de familia en Bárcena de Pie de Concha.

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Falleció el cardenal Martínez Somalo: el hombre que los Papas querían a su lado, con familia en Cantabria
10-08-2021


A Eduardo Martínez Somalo le tocó gestionar la administración de la Iglesia en esos días de interregno, organizar los funerales por Juan Pablo II y ocuparse también del cónclave que llevó al cardenal Ratzinger al Solio Pontificio.

 

"Gran dignidad" y "solemne sobriedad". Esta es la imagen de las cualidades de un cardenal descrita por un Papa. Cuando, poco antes del 31 de marzo de 2007, fecha de su 80º cumpleaños, Eduardo Martínez Somalo, entonces cardenal camarlengo de la Iglesia católica, escribió a Benedicto XVI para informarle que renunciaba a su cargo por límite de edad; el Papa le envió una carta que revelaba, tras la forma, el fondo de una gran estima.

El ahora Pontífice emérito incluye en esas pocas líneas, fechadas el 4 de abril de 2007, una serie de sustantivos y adjetivos - "diligencia", "competencia", "amor", gastados al servicio de la Santa Sede-, además de señalar aquellas actitudes de solemne sobriedad y dignidad mostradas por el camarlengo en su momento, con la muerte de Juan Pablo II, se convierte en la máxima autoridad pro tempore de la Iglesia, que todo lo que se dice en esa carta confirma el "sincero aprecio" hacia un sacerdote y un obispo que permaneció "íntimamente ligado" a la misión en la Sede Apostólica.

NACIDO EN LA RIOJA

El cardenal español, nacido en La Rioja, Martínez Somalo puso fin en 2007 a su relevante carrera en el Vaticano, donde ocupó el máximo puesto reservado en siglos a un purpurado español, ejerciendo de camarlengo en la transición de Juan Pablo II a Benedicto XVI. Con muchas ramificaciones familiares en La Rioja, una de ellas se instaló en Cantabria por vía materna del doctor Fernando Ocón Martínez quien durante más de treinta años ejerciò como médico de familia en Bárcena de Pie de Concha. 

Fue en 2005, recién fallecido el Papa Juan Pablo II, cuando ese peculiar puesto que ocupaba cobró vida, valga la contradicción: a Somalo le tocó gestionar la administración de la Iglesia en esos días de interregno, organizar los funerales por Juan Pablo II y ocuparse también del cónclave que llevó al cardenal Ratzinger al Solio Pontificio. Una fecunda carrera eclesiástica alcanzaba así su cúspide.

 
 

Somalo nació en Baños de Río Tobía el 31 de marzo de 1927. Licenciado en Teología y Derecho Canónico por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma y doctor en Derecho Canónico, fue ordenado sacerdote en Roma el 19 de marzo de 1950. Miembro del servicio diplomático de la Santa Sede, fue responsable de la sección española de la Secretaría de Estado, nuncio en Colombia y, finalmente, sustituto de la Secretaría de Estado, lo que equivale a ser el número tres de la Administración vaticana.

Dejó ese puesto en mayo de 1988; un mes más tarde fue nombrado cardenal y poco después, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, la primera de una serie de elevadas responsabilidades que desembocaron en su elección como camarlengo en sustitución del cardenal Sebastiano Baggio, fallecido quince días antes. Juan Pablo II, quien le tenía en alta estima, recompensaba así los fieles servicios de su estrecho colaborador riojano. Como tal, Somalo vio acercarse el día que nunca quería que llegase: el fallecimiento de su gran amigo, el cardenal polaco. El prelado riojano siempre explicaba que hubiese deseado que ocurriera al revés. «Espero que cuando yo muera me oficie una bonita ceremonia», solía decirle al Papa, cuyas exequias terminó organizando. Y cuando presidió el primer rito, en la sala Clementina del Vaticano, los asistentes le vieron muy afectado. Era comprensible: el papa Wojtyla le apreciaba bien. Tanto, que se dice que era el único que le hacía reír a carcajadas.