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Evocación de Quintila o la vida como era

Fallecida cinco días después de cumplir 94 años de edad, reposa hoy junto aquellos que tanto lloró y también muy cerca de las tumbas de los padres de José Angel; la muerte les ha hecho vecinos de nuevo.

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Evocación de Quintila o la vida como era
03-02-2021
QUINTILA Y EL CHICO

Cuando el chico escuchó por primera vez aquel nombre le sonó a muy antiguo, diría que casi una reliquia. Bastantes años después se enteró que un tal Kintila había sido un obispo que estuvo presente en la fundación de un monasterio dúplice allá por el año 811, el de San Vicente y San Cristóbal de Festoles, en el hoy valle de Cayón. Sin embargo, este Quintila lo portaba una mujer, a la que el chico conocíó allá en su pueblo pielagués, si bien ella era lebaniega de Los Cos, barrio de Piasca, en el idílico valle de Cabezón.

Quintila y José Angel, que así se llama el chico de esta historia, fueron vecinos unos cuantos años y cuando se conocieron ella ya era una mujer mayor. Menuda de físico, casi diminuta, tenía unos vivarachos ojos que en su día fueron azules y que el paso del tiempo había vuelto del color ceniza. A pesar de su aparente fragilidad era una mujer fuerte; por lo que me contaron tenía que serlo, sí. Cuando hablaba, que no era mucho, apenas se la oía, era como un murmullo, y su risa parecía más un lamento que otra cosa, quien sabe si por la penalidades por las que había tenido que pasar a lo largo de su vida. La tocó en suerte cuidar de sus padres y por eso no se casó, aunque es sabido que no fue por falta de pretendientes. Para que no se quedara sola uno de sus sobrinos varones, el único que estaba casado y que se crió en casa de su abuelo, un hermano de Quintila, se la llevó a vivir con él, y muerto éste será una sobrina nieta quien recoja el testigo. Eran otros años, claro, aunque no tan lejanos. Entonces las residencias de ancianos no son el negocio que, a mi juicio, son hoy. Quintila, que siempre iba vestida de negro, morirá junto a los suyos, célibe y con una edad camino del siglo de vida.

A pesar de la cercanía de sus casas los contactos del chico con Quintila eran si bien no muy frecuentes (él entonces era joven y paraba poco en el barrio), sí bastante intensos. Ella era poco habladora, así que casi todo lo hablaba él si estaban solos, o el resto del grupo en el que cada momento se encontraran. Ya digo que fueron vecinos muy cercanos y los lazos de amistad entre ambas familias eran y siguen siendo sólidos. Buenos vecinos, que se dice.
En cierta ocasión Quintila y el chico coincidieron en la cocina de la casa de sus sobrinos y en la que ella vivía, y de la que eran renteros. La leña ardía y crepitaba en el llar casi a ras de suelo; era mediodía, supe después, ya que Quintila estaba preparando una cazuela de alubias rojas. El olor del guiso inundada la estancia; por la ventana de la cocina que daba al solano entraban parpadeantes rayos de un sol de primavera que se colaban por entre las hojas, balanceadas por una ligera brisa, de un casi centenario eucalipto y de una palmera de edad indefinida, árboles sembrados en su niñez por la dueña de la casa, a la que llamaban doña Elvira y que vivía en Madrid, si bien había nacido en aquella casa.

Bajo sus pies el anciano suelo de tablas de roble recubierto con retales de hule rechinaba a cada pisada como si fueran quejidos de sus fatigadas vetas. Allí, mientras Quintila preparaba el “resquemo” para guisar o arreglar las alubias mientras que el chico estaba sentando en una silla con un vaso de vino encima de la mesa, José Angel vio llorar a Quintila. No sería la primera vez que lloraba, es de suponer, pero en aquellas lágrimas el chico vio un tremendo dolor; eran de un color que hacían juego con el negro ropaje de Quintila.

Muy poco tiempo antes había ocurrido una terrible desgracia en la que dos miembros directos de su familia y con los que convivía fallecieron en un accidente de circulación, resultando heridos otros dos. La pobre mujer maldecía seguir viviendo. Y es que a su manera, ella decía que aquellos habían sido sus “hijos”.

Quintila, que falleció cinco días después de cumplir 94 años de edad, reposa hoy junto aquellos que tanto lloró y también muy cerca de las tumbas de los padres de José Angel; la muerte les ha hecho vecinos de nuevo.
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*Quintila García Merino nació el 21/12/1907 y falleció el 26/12/2001.