Don Juan Antonio del Val, el Obispo amigo
Nunca olvidaré que cuando murió mi padre, Jesús Pindado, de Beranga, en la Residencia San Cándido de la c/ Cajo de Santander, don Juan Antonio llegó allí antes que yo.


No podía faltar don Juan Antonio del Val Gallo entre estos recuerdos afectuosos de los que escribo. Obispo de la diócesis cántabra entre 1972 y 1991 (año en que cesó por haber alcanzado la edad reglamentaria) fue siendo gradualmente mi amigo. Así lo confirma mi memoria agradecida y la correspondencia que mantengo, los puntuales tarjetones navideños y cartas personales con que siempre me contestó o incluso se anticipó alguna vez antes de irme a Estados Unidos y durante mi estancia allí. (Por cierto remitió una en inglés haciendo mi presentación).
D. Juan Antonio falleció a los 86 años el 13 de noviembre del 2002 en Santander, donde había sido declarado “Hijo Adoptivo de Cantabria” (1994) y “Medalla de Plata de Santander” (1996). Sucesor de José María Cirarda, nació en Basconcillos del Tozo (Burgos) el 13 de junio de 1916.
Nunca olvidaré que cuando murió mi padre, Jesús Pindado, de Beranga, en la Residencia San Cándido de la c/ Cajo de Santander, don Juan Antonio llegó allí antes que yo. Cuando me avisaron fui y ya estaba él allí, en su habitación, a solas con él, D. Juan Antonio del Val, el obispo. Entré y advertí que al pronto él no notó mi presencia. Rezaba a media voz en latín. (No lo olvido).
En realidad, aunque no le pedí muchas cosas, nunca me falló. Cuando faltaba mucho para hacer La Gran Enciclopedia de Cantabria, y con una cierta crisis ajena al magnífico equipo que me ayudó, experimenté la incomprensión de alguien a quien no necesito citar. Frente a mi gran resolución de seguir y acabarla, conté también con el apoyo de don Juan Antonio, quien vino a acompañarme en una previa presentación de la idea en La Magdalena, en donde dije que “la íbamos a hacer y que la haríamos entre todos”. Él lo creyó y avaló mis palabras con su presencia.
Y lo mismo cuando vino a bendecir e inaugurar una agencia de viajes a la que puse nombre y en la que participé brevemente junto a mi amigo el empresario pasiego Tomás Fernández, entre otros. Y en otras ocasiones, hasta en una fallida reconciliación familiar que intenté en otra ocasión con una fiesta en el Tenis.
Cuando murió don Juan Antonio escribí un artículo en cuyo borrador veo que le describía como “hombre menudo y algo mayestático” y ya decía que se trataba de una persona contemplativa y testimonial, lo cual no impidió que desarrollara una sistemática actividad episcopal.
Ya retirado, recibí su libro “Claves para la vida Cristiana”, con paratexto titulado “un canto a la esperanza” (Narcea S.A., Madrid, 1997). La dedicatoria que me hace “con admiración y afecto” es del 30 de abril de 1997. Lo estoy releyendo. Tras la concesión que con D. Alfonso de la Serna le hicieron de “Magister Senior-Honoris Causa”, me comunicaba que se presentaría en un acto en la universidad.
En el prólogo de dicho libro, Carlos Osoro, entonces obispo de Orense (que tanto le debe y había sido su Vicario General de la diócesis y rector del Seminario), le denomina “hombre de Dios”. Resalta, sobre todo, su capacidad de escuchar y construir “puentes”, como persona comprometida y discreta. Lo era. Gran delicadeza suya fue otra inesperada carta que me remitió cuando falleció mi buen amigo Julio Montes, sacerdote y poeta.
D. Juan Antonio escribió varios libros sobre psicología aplicada y en cierta ocasión me comentó antes de vivir en Menéndez Pelayo, 100, que ya tenía ganas de que llegara su jubilación para descansar de la “lectura profesional” que había sobre su mesa y dedicarse más a sus preferencias. Era persona que se obligaba a estar bien informado. Que además estaba muy bien equipado intelectualmente: profesor de Humanidades, Psicología empírica y Pedagogía en Corbán, consiliario de Acción Católica, auxiliar del cardenal de Sevilla, Bueno Monreal, obispo de Santander en 1971. Es autor, entre otros textos, de una exitosa Introducción a la Antropología (1967), de El inconformismo de la juventud (1971) y El cristiano del año 2000 (Sal Terrae).
Desde el año 1973 todavía me trataba aún de usted. hasta los años 80, pero en 1984 me escribe más allá de la cortesía e indica, afectuoso, que “es confortante contar con la amistad y la ayuda de un periodista cristiano que se llama Jesús Pindado”. Tres años más tarde recibí en Maryland una cariñosa misiva en la que me muestra su alegría por el viaje de vacaciones que hice con mis hijos a Francia y otras cuestiones personales. En una segunda de ese mismo año habla de mis artículos en la prensa local “como si estuviera en Santander”. A finales del año 89 me recomienda que hable con don Ángel Epelde y me da su propio teléfono para que cuando venga a la ciudad podamos entrevistarnos. Así lo hice. Y desde aquello tuvimos varios encuentros y diálogos amistosos.
En fin, de manera gradual y franca se fue consolidando nuestro trato amistoso y estoy orgulloso de ello. Por todo ello no quiero ni debo olvidar su apoyo moral, su fe y su simpatía. Es lo justo.