Diario Digital controlado por OJD

Cuando la soberbia pretende enterrar nuestro Patrimonio

¿Por qué debemos proteger el Dique de Molnedo en Puerto Chico?

Enviar a un amigo
Cuando la soberbia pretende enterrar nuestro Patrimonio
10-07-2024

Por Carlos Bedia Collantes

Tras el devastador incendio de Santander el 15 de febrero de 1941, gran parte de su memoria urbanística y arquitectónica desapareció en un instante sin haber tenido la oportunidad de proteger el patrimonio urbano y cotidiano del Santander de la época, con el resultado actual de la pérdida de identidad y de conocimiento de cómo era el Santander de finales de siglo XIX y principios del XX.

Poco queda de esa época que hoy podamos disfrutar, recordar y comprender de aquellos años de esfuerzo y dificultad que han llevado a Santander a ser lo que hoy es.

De lo poco tangible y cotidiano que todavía nos pertenece a los santanderinos a día de hoy de esa época, queda el Dique de Molnedo, cotidianamente conocido como “Puerto Chico”.

Es necesario recordar los antecedentes de Puerto Chico para darle la importancia antropológica y social que nos ancla desde el siglo XIX a la actualidad y que está en peligro inminente de desaparición.

En 1.890 se termina la construcción del Dique de Molnedo convirtiéndose de forma inmediata en un polo de actividad industrial y de población.

Sin lugar a dudas, la construcción de la dársena impulsa los barrios periféricos de la misma, dando una vida propia a los barrios de Tetuán y de la zona aledaña, popularmente conocida como bajamar.

Desde los años 40 hasta casi entrado el siglo XXI, la actividad industrial de la zona se ve reconocida actualmente por las “cicatrices” que ha dejado el uso y por las vías de tren que recorren la dársena como prueba viva de su actividad industrial.

Hoy podemos ver todavía la pátina de desgaste que rememora el bullicio y la actividad de la zona durante siglos, con sus “venas color óxido” que todavía hoy representan sus vías de tren, con sus piedras centenarias desgastadas por el acarreo constante de barcos de pesca, del olor a salitre y grasa de motor.

Todavía podemos rememorar, escuchando el sonido de los obenques de los barcos deportivos actuales, los tiempos en los que las rederas arreglaban, en el murete de la dársena, los aparejos de pesca y se recogía el fruto de la pesca para venderlo en las lonjas de Santander.

Todo eso, toda esa memoria y actividad, toda nuestra historia cotidiana de Puerto Chico está en riesgo por el proyecto actual de reforma que plantea el Ayuntamiento de Santander para la zona y que, de lo poco que se conoce del mismo, pretender enterrar bajo losas de granito la esencia y la memoria de una época de Santander que jamás volverá, pero que tenemos la obligación de conservar para las futuras generaciones como elemento fundamental de nuestro acervo cultural e histórico.

Y toda esta herencia recibida puede desaparecer por la actitud soberbia de la alcaldesa de Santander.

Soberbia por incumplir el acuerdo que, en 2020, y por unanimidad, aprobó el Pleno del ayuntamiento para proteger ese enclave de Santander y del que ahora reniega.

 Soberbia, por no querer hablar ni reunirse con nadie que le pueda explicar a alguien, que jamás ha pisado ese espigón, lo que para muchos de nosotros significa Puerto Chico en nuestra memoria colectiva.

Presumir de ignorancia no es lo mejor para un político, y la soberbia en la forma de actuar en ningún caso debe privar a las futuras generaciones de santanderinos de lo que supone Puerto Chico en nuestra memoria colectiva.

Debemos evitar la homogenización de la imagen de nuestra bahía, que no responde a una mejora de la misma y que pretende, de esta forma, eliminar como si fuera un estorbo al fanatismo por crear una ciudad homogénea y sin alma, lo poco que queda de Santander y que no se destruyó en el incendio de 1941.

No colaboremos con esta masacre a nuestra memoria cultural y social y defendamos de forma serena pero contundente nuestro patrimonio.