Hay políticos que hablan cuando deben, y luego está Pedro Casares, que habla porque puede. En Cantabria ya no sorprende que el delegado del Gobierno aparezca en todos los actos posibles; lo que sorprende es que aún quede alguien que no haya escuchado alguno de sus discursos.
Casares ha hecho del cargo una especie de tour permanente, donde cada parada incluye foto, declaración y comunicado. Parece que el objetivo no es representar al Gobierno, sino hacerse notar. Y vaya si lo consigue. En algunos eventos da la sensación de que los organizadores están solo para rellenar el tiempo entre intervención e intervención.
Antes, en los actos institucionales, lo habitual era que quien organizaba el evento fuera el protagonista. Hoy, si aparece Casares, la atención gira automáticamente hacia él. No porque aporte algo nuevo o relevante, sino porque no deja pasar una sola ocasión para colocarse ante el atril.
Todo se convierte en un mensaje político, aunque el acto no tenga nada que ver con la política. Una visita técnica, una entrega de diplomas, una jornada vecinal… da igual. Casares toma la palabra, la retuerce y la convierte en propaganda.
Pero lo mejor viene después: el comunicado. Siempre hay uno. Como si cada aparición fuera digna de figurar en los libros de historia.
Los periodistas ya lo comentan por lo bajo: “prepara que hoy también toca nota de Casares”. Y no fallan.
Esa necesidad constante de dejar huella transmite justo lo contrario de lo que imagina: cansancio, saturación y un protagonismo que nadie le ha pedido.
El delegado del Gobierno debería ser un perfil discreto, serio y centrado en resolver problemas reales. Lo que tiene ahora Cantabria es un político empeñado en convertir cada acto en un monólogo y cada presencia en un gesto de partido.
Quizá alguien debería recordarle que su función no es conquistar titulares, sino trabajar para que este territorio funcione mejor.
Los cántabros agradecerían menos discursos… y más resultados.



